Lidia Falcón O'Neill

Lidia Falcón O'Neill

ARTÍCULOS

FEMINISMO INSTITUCIONAL
                                                                  Lidia Falcón


La lucha no solo es alegría, como decía Mrs. Pankhurst, sino también fidelidad a los principios,  lealtad a los que defiendes y representas y eficacia en la consecución de tus objetivos.


El artículo de Laura Freixas publicado en La Vanguardia a raíz del homenaje que me rindieron las compañeras feministas estadounidenses, Linda G. Levine, Gloria Waldman, Elizabeth Starcievic y Kathleen Johnson, con la participación de otras numerosas compañeras y compañeros, profesionales de distintas disciplinas, como pudisteis ver en los programas que os envié, y que agradezco por los elogios que contiene, manifiesta sin embargo una crítica a la que deseo y necesito responder, no solo por lo que a mi concierne sino porque al criticar al Partido Feminista, al que califica de marginal y por tanto inútil al carecer de posibilidades algunas de acceder al poder, implica no solo también a las compañeras que conmigo están en diversas partes de España sino al proyecto en sí, de cuyo futuro dependen muchos avances del feminismo. Para ello considero necesario partir de una mirada más amplia que la de la inmediata actualidad.
  Desde el principio del resucitado Movimiento Feminista en 1975, la polémica desencadenada entre las militantes del feminismo independiente y las afiliadas a los partidos políticos se ha perpetuado hasta la actualidad en que éstas últimas creen haber ganado la partida. Todavía satisfechas por lo que consideran su triunfo, ellas mismas no reconocerán que a no ser por la decisión de las primeras- movidas por la indignada constatación de que los partidos de izquierda no estaban dispuestos a incluir en sus programas y acciones las reivindicaciones de las mujeres- de constituirse en asociaciones, grupos y colectivos independientes de los partidos para llevar a cabo las campañas que liberaron definitivamente al feminismo del secuestro en que lo tenían los líderes –y los militantes de base- políticos, no se hubiera avanzado como se ha conseguido para situar los temas femeninos en un lugar, aunque sea secundario, de las preocupaciones gubernamentales y de los medios de comunicación.
Teniendo en cuenta que todas las que dirigimos el MF a partir de 1975 habíamos sido militantes de partidos clandestinos durante largos años en la dictadura, resultaba más escandaloso y evidente que nuestra salida a la superficie como feministas era un desafío a nuestros dirigentes. Y únicamente cuando se hicieron públicas nuestras críticas- insólitamente amargas y agresivas en quienes habíamos sido más o menos fieles partidarias- y nuestro enfrentamiento directo a los postulados de la izquierda oficial, comunistas y socialistas se acordaron de que las mujeres también teníamos voto.
En aquellos tiempos no nos engañaban los dirigentes, ni los que gobernaban ni los que desde la oposición pretendían hacerlo, con sus tímidas declaraciones de comprensión hacia nuestras demandas que en la práctica no se traducían en nada. No está de más recordar que en el momento de aprobación de la Constitución no se había avanzado en el reconocimiento de los derechos de la mujer más que en la despenalización de los anticonceptivos y del adulterio, después de tres años de dejarnos la piel- a veces literalmente- en las asambleas, congresos, manifestaciones y reclamaciones que habíamos presentado sistemáticamente al gobierno, en campañas en las que predominaba una colaboración casi ejemplar por parte de la mayoría de los grupos feministas que ya se habían creado en todo el Estado español.
Los diez años de luchas ininterrumpidas que constituyen la edad de oro del feminismo español, de 1975 a 1985 cuando se dicta la sentencia del Constitucional sobre la reforma del Código Penal respecto a la interrupción voluntaria del embarazo, parecieron haber forjado unas alianzas sinceras y una unión duradera entre las tendencias del feminismo que se situaban en la izquierda. No me engañó, sin embargo, aquella supuesta placidez en el seno del movimiento- que no lo era tanto-  sobre todo cuando muy poco después de iniciado, y en cuanto se convocaron las primeras elecciones, muchas de las dirigentes preparadas y con capacidad para la gestión y la dirección optaron por regresar o afiliarse a los partidos con posibilidades de obtener representación parlamentaria y en consecuencia diversas cotas de poder en parlamentos, ayuntamientos y comunidades, así como empleos, acceso a los medios de comunicación más difundidos y diversas prebendas que todos sabemos. El resultado es ya conocido. El movimiento se descapitalizó de la mayoría de sus más conocidas dirigentes y solo quedamos en él aquellas más firmemente convencidas de que la lucha, no solo es alegría como decía Mrs. Pankhurst -y cita Laura Freixas en un reduccionismo no inocente- sino también fidelidad a los principios, lealtad a quienes defiendes y representas  y eficacia en la consecución de tus objetivos.
Sobre estos temas quiero plantear varias reflexiones:

La alegría de la lucha a veces no es tanta como la entrega apasionada a la defensa de los derechos humanos, de los desprotegidos, de las mujeres, con el coste que tal integridad comporta.
La lucha por una causa noble no solo proporciona un gran estímulo en la vida de quienes se entregan a ella, como resumía Emmeline Pankhurts en una hermosa y significativa frase. Resulta no solo sorprendente para quienes conocíamos a los protagonistas sino enormemente corruptor de la propia conciencia cambiar de planteamientos ideológicos para acceder a cargos de poder. Ese fenómeno que cada día observamos y del que tenemos buenos ejemplos en la política de los últimos años está suficientemente analizado y reconocido. La conversión de hombres y mujeres que fueron de izquierdas en políticos de derechas con el propósito de promocionarse personalmente ha sido contemplada como una de las corrupciones a que hemos asistido escandalizados y que ha merecido la correspondiente crítica. Precisamente estos días se está discutiendo por el PSOE y el PP la aceptación de los concejales llamados tránsfugas en sus listas electorales, con toda la carga peyorativa y despreciativa que tiene la palabra.
Así mismo, la pérdida de la convicción en el objetivo por el que se combate lleva a defender causas contradictorias con los intereses que poco antes se exponían como los únicos deseables. Como ejemplo de la traición de unos ideales que se creían firmes nos lo dio el PSOE defendiendo arriscadamente la pertenencia de nuestro país a la OTAN muy poco después de haberse pronunciado públicamente en contra. El más penoso ejemplo en la actualidad de la traición a principios que deberían ser incuestionables tenemos la actuación de nuestro gobierno respecto al pueblo saharaui a quien se ha abandonado miserablemente bajo la férula de Marruecos. Puede ser que los que actúan así se crean ellos mismos que están actuando honradamente, pero cualquier análisis objetivo desmiente toda posibilidad de excusa. Cómo duerme cada cual con las exigencias de su conciencia es un asunto privado.
Por ser consecuentes con sus principios y el objetivo de su lucha han muerto miles de militantes de las más nobles causas, desde Olimpia de Gouges a Karo Siwa, pasando por Luther King, Ignacio Ellacuría, Rosa Luxemburgo o Ana Politkovskaya, sin recibir nada a cambio más que la persecución, la tortura y la muerte. Puristas todos que no cambiaron su trayectoria política por un despacho y un coche oficial. Por algo será que tantos hombres y mujeres, en todas las épocas, han dedicado su vida al progreso de la humanidad. La alegría de la lucha a veces no es tanta como la entrega apasionada a la defensa de los derechos humanos, de los desprotegidos, de las mujeres, con el coste que tal integridad comporta.
La lucha es también la responsabilidad hacia los que has defendido. Abandonando las trincheras más incómodas y peligrosas y aceptando los alambicados eufemismos con que el poder justifica siempre su dejación de principios, sus traiciones a los desfavorecidos, su complicidad con el capital y su rendición al imperio- véase los documentos de Wikileaks- se está traicionando a las víctimas de la rapiña capitalista y de la opresión patriarcal. Que abandonen toda esperanza aquellos que confiaran en los que debían defenderles.
Sin embargo, un argumento en el que las defensoras de la tesis de Laura Freixas se hacen fuertes es en el de la eficacia de su estrategia. Cierto puede ser, aducen, que se haya hecho dejación de algunos principios- pocos según ellas y no lo reconocen tampoco tan claramente- y que no se hayan podido llevar adelante todos los puntos del programa que se propusieron, pero la verdad es que desde una posición de poder es factible llevar a cabo realizaciones, reformas y transformaciones a favor de las mujeres que desde la marginalidad de un pequeño grupo de oposición nunca se pueden conseguir. Este argumento que es la columna vertebral de la defensa que todo tránsfuga, converso y posibilista hace de sus traiciones, dejaciones y huidas, les ha parecido siempre indiscutible y es esgrimido victoriosamente en todo debate sobre el tema.
Pero si se examina con detenimiento y sin retorcer sectariamente la realidad, las estupendas reformas que las llamadas feministas institucionales, es decir las que colaboran con  el gobierno del PSOE, han logrado en los últimos años no son tantas ni tan exitosas. La nunca tan celebrada Ley Integral contra la Violencia no demuestra en su recorrido la eficacia que le atribuyen, y no solo, aunque no menos, por el espantoso número de mujeres asesinadas este año por hombres que muchos de ellos debían cumplir una orden de alejamiento, sino también por no proteger más que a las esposas y compañeras estables de los maltratadores, por abandonar a las mujeres prostituidas, por no defender a los niños maltratados y abusados, por no exigir responsabilidades a jueces, fiscales, forenses, psicólogos, asistentas sociales por el abandono de su deber de proteger a las víctimas, cuando se comete un crimen después de haber sido denunciados los malos tratos, por haber permitido la impunidad de la campaña que los machistas han hecho- con mucho éxito- sobre las denuncias falsas, por no haber creado la serie de servicios y comités que deben auxiliar a las mujeres y los niños, por no poner en funcionamiento todas las medidas de educación, sanidad y servicios sociales, de que tan pomposamente alardea en su primera parte la ley. Y, por supuesto, por no dotar económicamente a la organización judicial y policial para que tenga medios con los que cumplir los imperativos legales que debía establecer la norma. En definitiva, haber cedido, como hicieron, las mujeres socialistas al recorte de las exigencias que el Partido Feminista planteaba en el redactado de la ley, ha llevado a la inoperancia de la misma. Que se minimice la masacre que están sufriendo las mujeres como acaba de hacer el Observador de la Violencia, Miguel Lorente, diciendo que otros años ha habido más víctimas y que el año que viene será mejor, y la defensa numantina de esa Ley, que al parecer es tan sagrada como las Tablas de Moisés porque no se puede tocar, para que no se modifique, que todos los días publicita la Presidenta de la Federación de Mujeres Progresistas, para no poner al gobierno en el brete de aceptar su responsabilidad en el abandono de la protección de las mujeres y obligarle a una reforma legal de la que huye como de la peste, no demuestra más que que el llamado feminismo institucional a quien únicamente sacrifica es a las víctimas.
Si hablamos de la Ley de Igualdad, el resultado es todavía más ridículo. Después de la implantación de esa norma en el Parlamento hay dos mujeres menos que en la legislatura anterior, y, por supuesto, no ha crecido un ápice el número de las que han accedido a cargos de responsabilidad: por no crecer ni siquiera en el gobierno en el que ya son menos que unos años atrás y del que han salido dos muy cualificadas: la Vicepresidenta y la Ministra de Igualdad. Para qué hablar del avance de las trabajadoras, de las amas de casa, de las viudas, de las empresarias autónomas, de las profesionales, a las que la ley de Igualdad nunca las ha concernido.
Quienes han mantenido el pulso con el gobierno y con los partidos de la derecha y sus medios de comunicación, denunciando el abandono de las obligaciones del Estado en la protección de sus ciudadanas, criticando la labor de los ministros, exigiendo las reformas necesarias en todos los medios de comunicación a que gracias a nuestros méritos y coherencia todavía tenemos alcance, ejerciendo en definitiva de la oposición que necesita todo país democrático, han sido los Partidos Feministas. Oponiéndonos frontalmente a la legalización de la prostitución y persiguiendo a los proxenetas, reclamando la modificación de la Ley de Violencia, poniendo de relieve las carencias en materias laborales y económicas, defendiendo a las viudas, a las amas de casa, a los menores maltratados y abusados, a las divorciadas a las que ley y juzgados tratan injustamente, haciendo visible la cada vez más aguda y escandalosa feminización de la pobreza, hemos dado no solo testimonio de estas horribles injusticias sino también hemos frenado el avance del imperio del capitalismo y del patriarcado, que de otra manera estarían aún más victoriosos e impunes.
Plantear que los Partidos Feministas se pongan al servicio del feminismo institucional es lo mismo que defender que los sindicatos se conviertan en departamentos del Ministerio de Trabajo. Política que en infaustos años ya conocimos gracias al Sindicato Vertical, en que también existía una Sección Femenina del partido en el poder.
A mayor abundamiento, alardear de los éxitos y realizaciones alcanzadas por el PSOE y el gobierno en los tiempos que corren es nombrar la soga en casa del ahorcado. Cuando las medidas que Zapatero está tomando desde hace dos años para, según él, superar la enorme crisis económica en que estamos enfangados consisten en hundir más en la pobreza y la explotación a los trabajadores -de las que las mujeres serán las más perjudicadas- protegiendo los grandes capitales, los bancos, las multinacionales, a los que exime de pagar el desastre que ellos mismos han creado, crisis en la que nos han sumido las mismas políticas liberales que está implantando el presidente, resultará para muchos bastante incomprensible que se asegure que gracias al PSOE se defiende a los más débiles. No solo nos enfrentamos a una reacción de la ideología fascista y machista cada vez más en auge, con, entre otras, las campañas a favor de la prostitución y contra las denuncias falsas de maltrato, en las que cuentan con el beneplácito de la judicatura y la fiscalía y el apoyo de los medios de comunicación, sino que en este brutal giro a la derecha del gobierno ya se han cobrado varias piezas, de las que, en lo que se refiere a las mujeres, la más escandalosa ha sido eliminar la joya de la corona: el Ministerio de Igualdad. También han caído otras instituciones largamente defendidas por las socialistas como los Observatorios de Violencia y los Consejos de la Mujer, de los que, por otra parte, se ignora el resultado de su trabajo en los largos años que han estado  ocupando locales y recibiendo dinero.  Del Instituto de la Mujer no se sabe que hace.
 Concluyó la edad de oro en que se instalaron las feministas institucionales y que debía perpetuarse eternamente con la aprobación de la ley de violencia, de la de paridad, de la de igualdad, y los consiguientes fastos con que se celebraron: la aparición en las televisiones de Zapatero rodeado de sus incondicionales, las campañas televisadas cantando las excelencias de la legislación introducida por el gobierno, las entrevistas de las ministras en Vogue y en otras revistas, la presencia de dirigentes de las asociaciones de mujeres del PSOE en todo acto público, y por supuesto, la recepción de multimillonarias subvenciones para financiar sus proyectos que constituyen una estupenda manera de crear la red clientelar y el nicho de votos para el partido. Mientras se marginaba y despreciaba manifiestamente a todo el feminismo independiente del PSOE, al que se han negado subvenciones, presencia en los medios de comunicación, reuniones con los ministerios y consultas previas a la aprobación de leyes.
  Se acabó la fiesta, y al hacer balance resulta que ninguna de esas leyes ha servido para el objetivo de defender a las mujeres, que las ministras se han ido sin despedidas, que las entrevistas se han acabado, que las campañas no se pueden financiar y que ha llegado el momento de renunciar a las generosas contribuciones económicas del Estado. Era la periodista Ana Balletbó,  afiliada al PSC desde su constitución, la que dijo en la presentación de mis memorias “La Vida Arrebatada” que era patético comprobar como las dirigentes feministas se habían vendido, y además por muy poco dinero.
Pero no hay duda de que el abandono de principios, de objetivos y de defensa de las mujeres, no ha sido perjudicial para todas en estos años. Pues, ¿a quien benefician los movimientos transfugistas que han protagonizado en las últimas décadas las otrora feministas revolucionarias? Sin duda a ellas mismas, aunque deberían pensar que su tiempo siempre es más corto que el de los hombres y de final mezquino y triste.
Si en vez de correr a ponerse al servicio del partido de turno, mayoritariamente socialista, el grueso de las dirigentes del movimiento Feminista hubiese seguido siendo fiel a sus principios, al análisis que hacíamos en los años setenta de la lucha por transformar la realidad y a la defensa de los intereses de las mujeres, y hubiera convertido al Partido Feminista en un partido grande e influyente, podéis tener la seguridad de que hubiésemos sido determinantes en España de la política respecto a la mujer. Habríamos sido también muy importantes en Europa en el momento de afianzar el feminismo político y de ser copartípices con otros partidos de izquierdas en aprobar medidas sociales que beneficiaran no solo a las mujeres sino también a los trabajadores, así como en la política exterior y en la militar, con lo que hubiésemos servido de ejemplo para otros países y ahora no contaríamos tantos fracasos como se pueden contabilizar en los últimos años, y sus dirigentes habrían obtenido más celebridad y fama de la que pueda tener una Secretaria de Estado, con lo que muchas de ellas no habrían caído en el anonimato, claramente trufado de fracaso, en que ahora se han hundido.
Es preciso afirmar que el único futuro es el del feminismo político. Manteniendo eternamente unas asociaciones de mujeres, muchas de ellas en estado de hibernación, que se limitan a reclamar mortecinamente cambios legislativos y a repartir ayudas caritativas a las más pobres, sin enfrentarse nunca a los que detentan el poder, no se vayan a enfadar, no adelantaremos nada en todo el siglo. Y aún siendo optimistas, si tenemos en cuenta la predicción con que nos obsequió la OIT en la IV Conferencia de la Mujer de Beijín, según la cual para alcanzar la igualdad entre el hombre y la mujer, a tenor de lo avanzado en los últimos siglos, harían falta 475 años.
Si las llamadas dirigentes institucionales no entienden que necesitan partidos feministas para defender sus intereses, tener presencia en las instituciones y en la vida política del país y enfrentarse en condiciones de igualdad al enorme, complejo y a veces corrupto entramado de los partidos políticos dominados por los hombres, no saldrán de pertenecer a una clase minusvalorada, cuyos problemas económicos, laborales, políticos, sexuales, reproductivos, seguirán siendo los mismos indefinidamente, mientras son menospreciadas socialmente por más despachos con secretaria que tengan.
 Como ejemplo contrario a la conducta de las españolas tenemos a las suecas que después de sesenta años de triunfo de la socialdemocracia se han constituido en Partido Feminista, con el nombre de Iniciativa Feminista, explicando sinceramente de una vez la decepción a que han tenido que enfrentarse al constatar, sin engañarse más, el machismo de los dirigentes socialistas y la falta de avances en la igualdad de las mujeres que está padeciendo su país.
En conclusión, el consejo de Laura Freixas que va implícito en la descalificación de mi purismo y del papel del Partido Feminista  es el de que me rinda al poder para promocionarme a mi misma, lo que dirigido a la nieta de mi abuela y a la hija de mi padre y de mi madre resulta casi un insulto.

Bustarviejo,  28-29 de diciembre 2010.